La jornada electoral del domingo 5 de junio concluyó con resultados que ni los propios triunfadores esperaban. A las 6 de la tarde, Ricardo Anaya del PAN afirmaba que tenían 3 gubernaturas en la bolsa. Manlio Fabio Beltrones mantenía su posición inicial: 9 de 3. A su vez, las encuestas de salida no se atrevían a mostrar ganadores claros. En muchos casos se marcaron empates o se concluía como “Incierto”, “Cerrado”.
Para el lunes 6, sabíamos que el 55% de las capitales en disputa quedaron en manos de Acción Nacional, el 36% con los priístas y 9% con Morena. También, que en el caso de las gubernaturas el PAN se llevó 7 y el PRI 5, le fallaron a sus pronósticos por 4 estados. Destaca que el partido azul obtuvo la titularidad de Ejecutivos estatales donde no había ocurrido la alternancia y el PRI recuperó Oaxaca y Sinaloa.
El análisis cualitativo del resultado, en términos generales, fue que la sociedad expresó su hartazgo hacia el partido en el poder (PRI en muchos casos) y, en las argumentaciones más burdas, se llegó a decir “no ganó el triunfador, ganó el mal humor social”.
Sin embargo, faltan a ese análisis varias cosas. No se habla de los procesos desgastados para la selección de candidatos, de las campañas alejadas de la realidad, de que el espionaje político victimizó a los que debían ser los malos del cuento, de que la ciudadanía exige el cumplimiento de las obligaciones más que agradecer sumisamente la ejecución de los programas gubernamentales.
Asimismo, las reflexiones más importantes en torno al debate democrático que esta elección ha dejado, me parece que consisten en la toma de conciencia ciudadana sobre el poder de su voto y la apertura de ojos en cada partido político.
Los que han asumido el poder deben reconocer que la única forma en que podrán aumentar o mantener su rentabilidad electoral es haciendo buenos gobiernos y para ello, normalmente, se requiere tomar una decisión electoreramente incorrecta: hacer cumplir la ley y actuar únicamente conforme lo que ésta indica. La soberbia que pueda causar el triunfo, hará que la enorme cantidad de problemas y el tiempo para resolverlos, jueguen en su contra.
Por el lado de los derrotados, la salida fácil será “romperse las medias” a su interior y hacer de las asambleas internas un rastro. La idónea es la recomposición y la humildad de reconocer que, simple y sencillamente, el trabajo que realicen en sus respectivas responsabilidades les permitirá estar en posibilidades de recuperar el poder.
La más importante es la conclusión ciudadana: el voto sí cuenta.
A OJO DE BUEN CUBERO
Sobre el mismo tema recomiendo leer a Sandro Cappello en: http://bit.ly/1PksjRh
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