La línea divisoria entre lo electoral y los asuntos de gobierno es gruesa y visible. Es decir, lo que pasa en las precampañas y campañas poca relación tiene con lo que será el gobierno. Propuestas presupuestalmente irrealizables; regalo de dinero, disfrazado de programas; ataques sustentados en mentiras creíbles, entre otros elementos que acompañan a cada elección.
El mejor aliado para un aspirante es un gobierno al que le vaya mal. Que la gente siga igual o más harta que antes. Que el enriquecimiento ilícito crezca. Que los trámites oficiales sean lentos. En resumen, que el aparato gubernamental enfrente un caos y ofrecerse como un mago benefactor.
La política, dice la Real Academia de la Lengua, es: 1.- la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas; 2.- la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país; 3.- el conjunto de los procedimientos y medidas que se adoptan para dirigir los asuntos que afectan a la sociedad o tienen relación con ella.
Definición que queda corta, al menos para el caso mexicano, porque históricamente se ha convertido en la audacia para acceder al poder mediante los errores de los adversarios. Además, es innegable que los asuntos públicos se atienden de acuerdo a su importancia coyuntural.
Se taparía el sol con un dedo, si negáramos que la visión tradicional de la política en México es de corto plazo. Lo del momento. Subirse a una ola formada por el conjunto de hechos diarios y que dura muy poco. Se trata de pequeñas batallas que se libran en una guerra que nunca tiene fin, pues el motivo de la lucha es indefinido, es simplemente el poder por el poder.
Una administración (federal, estatal o municipal) que haga las cosas muy bien no es redituable para la política mexicana.
A OJO DE BUEN CUBERO
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